El grupo que llegó con anterioridad visita Muxía y Fisterra

Testimonio PV | Hogar y puerto

¿Qué me llevo de lo vivido estos pasados días en Santiago de Compostela?

Del Encuentro Internacional de Piedras Vivas en Santiago, sobre todo, me llevo los rostros de las personas. Rostros que se han vuelto ya queridos, amigos, que me revelan, cada vez, el rostro de Cristo.

Me llevo, también, la internacionalidad: personas de todos los países, con lenguas y tradiciones diferentes que, cada año, se reúnen en un único lugar, habiendo orado durante el año sobre el mismo tema y habiendo vivido experiencias tan parecidas como diferentes, no sólo por el placer de estar juntos y de compartir, sino, sobre todo, para poder parar, refrescarse, beber de la fuente y volver a la cotidianidad. Me impresiona cómo cada vez nos volvemos, en nuestras diferencias, un solo cuerpo dentro del gran cuerpo de la Iglesia, que es Cristo.

Piedras Vivas me evoca siempre dos imágenes. La primera es la de un hogar acogedor al que pertenecer, a través del que puedes alimentar y expresar tu relación con el Señor. Vivir esto en comunidad te permite no sentirte solo y continuar la búsqueda de Respuestas que surge de un impulso interior que cada uno de nosotros siente (insatisfacción santa o búsqueda de trascendencia/espiritualidad), pero que, si estuviéramos solos, lo dejaríamos caer en el vacío. Te permite permanecer incluso cuando tenemos desencuentros con el Señor, cuando no le entendemos, nos enfadamos y le cuestionamos. Como dijo el P. Agrelo, «la relación con el Señor es una relación de amor y desamor continuamente.»

La segunda imagen, en cambio, es un puerto al que llegar pero, sobre todo, del que partir, para pasar tu vida, enriquecida con las herramientas que el Señor te ha dado y con la conciencia de tus talentos y tus dones, que el Señor te pide que gastes para llegar a ser lo que siempre has sido. Piedras Vivas es el lugar donde puedes madurar y en el que puedes descubrir tus dones, para que puedas ‘arder de deseo’ en el mundo, pero no ser consumido por el mundo.

¿Y qué pinta Santiago de Compostela en todo esto? Pues Santiago ha cuadruplicado todo esto. De este lugar me llevo la inmensidad y la magnificencia de la Catedral, como la de nuestro Dios omnipotente. Me llevo la imagen de Dios que mira a Eva a los ojos, intercambiándose una mirada de cuidado y ternura; el Pórtico de la Gloria y a Jesús que te acoge, mostrando sus heridas. Me llevo el poner la mano en la raíz del árbol de Jesé, porque sólo tocando la profundidad, las raíces, se puede volver a subir por el árbol de la vida y llegar a la Gloria.

Por último, me llevo en mi corazón Fisterra y la inmensidad del mar que se abría ante mis ojos. El mar siempre me recuerda que hay que hacer dos movimientos: el primero es descender a las profundidades, a los abismos, y ver lo que los habita. El segundo es resurgir y cruzar este mar. Una imagen que se nos ha mostrado es la de Moisés, que guía al pueblo de Israel para atravesar el Mar Rojo. El mar no se había secado, sino que estaba a su lado. Se estaba abriendo para que lo cruzaran. Moisés, sin embargo, tenía el mar delante de él, pero a medida que avanzaba más retrocedía el mar. Creo que esto es la fe: no conocer todo el camino, sino sólo el paso siguiente, y confiar en lo que aún no puedes ver pero que ya está ahí.

El Señor no te saca del tu lugar de ‘muerte’, sino que está a tu lado y no permite que perezcas. Hace posible que pases por él, como Él mismo hizo. No hay nada de lo que nosotros experimentamos y vivimos que no haya sido ya experimentado y vivido por Él.

Silvia Murolo
Roma