La vocación es, ante todo, llamada. El hombre, desde su libertad, se siente impulsado a una acción que, en su interior, entiende como respuesta, aún cuando en muchas ocasiones no termina de comprender a qué es a lo que está respondiendo.
El Sacerdote es un hombre tomado de entre los hombres para servir a los hombres en las cosas de Dios; para ofrecer sacrificios y oraciones por su pueblo, y por los pecados propios y ajenos. (Hb 5,1).
Es un hombre que tiene limitaciones como todo ser humano, pero al mismo tiempo es distinto de los demás porque Dios lo ha llamado a una tarea muy especial. Es un mediador como Cristo entre Dios y los hombres. Es el hombre de la oración que reza por sí mismo y por sus hermanos.
La vocación sacerdotal es una opción de libertad. Dios llama y deja libre al hombre para que acepte o rechace este llamado. Es un don de Dios según las palabras de Jesús: “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que Yo os he elegido a vosotros” ( Jn 15,15).