TS | Testimonio: “…Thanks, but no, thanks!”

Cuando fui a Tierra Santa por primera vez, hace once años ya, nunca pensé que volvería. Para mí era una experiencia única que haría esa única vez. ¡A la vista está que me equivoqué!

A esta peregrinación no tenía pensado ir. Ya conocía la mayoría de los sitios y además no tenía tantas fuerzas, energía y ganas como allá en 2007. El tiempo y la vida van dejando su huella de desgaste en nosotros y por experiencia sabía que, aunque era un viaje maravilloso, también era muy intenso y cansado, así que había pensado que esta vez….thanks, but no, thanks!
Pero ¡oh! sorpresa! Mi hermana, que en 2007 ni se planteaba ir, esta vez sí se animó, así que mis planes se trastocaron y me apunté. De buena gana y contenta, sí, pero básicamente por acompañarla, no tanto por el viaje en sí.
Dios lo había hecho de nuevo.¡Me había vuelto a sorprender! Según pasaban los meses y se acercaba el día de la salida, me iba animando más y,una vez allí, volvieron a mí muchos recuerdos de sitios, naturaleza, explicaciones de Fray Paco (Hic…Hic), ¡incluso olores y sabores! Pero, al mismo tiempo, todo era nuevo de algún modo: el regalo de la compañía de mi hermana, Cris; también la vuestra; yo misma creo que soy algo diferente; y hasta algunas de las Casas Novas estaban distintas y renovadas.
Me dispuse a aprovechar esta experiencia lo mejor que pudiera y a vivirla a tope desde mi situación actual y mi realidad de hoy, sin compararla con el viaje de hace once años (cosa que gracias a Dios conseguí en buena medida), pues cada experiencia es única.
Fue un regalo volver a caminar tras las huellas de Jesús y revisitar los lugares que marcaron su paso por este mundo. Era una sensación donde se entremezclaban el agradecimiento, el asombro, el respeto, el afecto…y la paz y la cercanía espiritual a Él.
Alguien escribió que donde esperaba sentir a Dios no lo sintió y luego, inesperadamente, sí. En mi caso, creo que no llevaba grandes anhelos o expectativas en mi mochila viajera, solo ir viviendo lo que tocaba en cada momento. No era una actitud escéptica o desganada, creo que no. Simplemente, no tan entusiasta como la primera vez; tal vez más tranquila. Sin embargo, Dios es tan bueno que nos da y se da, aunque estemos como estemos. Y, así, también mi mochila se llenó de algunos momentos especiales, de los cuales me gustaría compartir tan solo un par de ellos.
El primero fue la Hora Santa de Getsemaní, donde me ayudó mucho la música de Javi y también muchísimo las palabras de D. Cristiano, el sacerdote italiano. Veía… sentía.. cuánto fruto dio la Cruz de Jesús, y pensaba que nuestras cruces (que a mí tanto me cuesta llevar) también pueden dar un fruto callado, pero valioso. Me reconfortó mucho en el corazón ese ratito en Getsemaní, con Jesús.
Y el otro momento fue al final del viaje, en Nazaret, en la casa de la Virgen.
Me pareció genial acabar nuestra peregrinación allí, porque era un sitio más tranquilo donde poder reposar lo vivido y orar sin el bullicio de Jerusalén (del Santo Sepulcro, p.ej.) En el Rosario de la víspera de nuestro regreso, cuando tanta gente distinta de los lugares más dispares estábamos allí, rezando a la Madre cada uno en nuestra lengua, sentí como otras veces antaño la alegría de tener una Iglesia universal donde cabemos todos; el gozo de estar todos unidos en torno a Nuestra Madre María, tan contentos, cantado, rezando… Pensaba que era como un trocito de cielo en la tierra, un pequeño reflejo en nuestro mundo.¡Muy emocionante! Y con esa misma emoción le decía a la Virgen desde mis adentros: “Sí, hay muchas personas que te odian o te ignoran… pero también hay muchos que te queremos ” ¡Cuántos hijos de María ese atardecer, bajo su manto…en SU CASA! ¡Fue precioso! Sé que tal vez suena cursi al leerlo, pero no al vivirlo.
Echando la vista atrás, solo puedo decir que el Señor fue muy bueno conmigo en esta peregrinación. Me sostuvo y me dio todas la fuerzas y la energía que necesitaba, me regaló la compañía y el cariño de mi hermana, unos estupendos compañeros de viaje y unas cuantas vivencias que atesorar en el corazón. Puso un broche de oro a este verano y me recargó las pilas para la vida post- Tierra Santa. Ahora solo puedo decir: ¡Qué bien que pude ir! ¡Qué suerte y qué gran regalo! ¡Gracias, Señor, por haberme brindado la oportunidad de repetir esta peregrinación! ¡Bendito seas! ¿Quién dijo que segundas partes nunca fueron buenas?
Consuelo Mahía